Debajo de la tierra
vive un Dios… dicen los que trabajan dentro de la tierra, en el corazón de la
montaña.
Basilio baja todos los
días, se interna, se desliza, se esconde del sol para seguir sobreviviendo.
Basilio, y sus catorce años, saben bien
la historia de la montaña que come hombres vivos, por eso decidió buscar ayuda
para que la montaña no se lo coma.
En la entrada de la
mina, Dios en un crucifijo. Pero él sabía que debía buscar ayuda dentro de la
montaña, alguien que conociera sus entrañas de verdad, alguien que hubiera
nacido en ella. Cada vez que entraba, recorría túneles, venas, senderos en los
que su metro veinte rozaba el cielo de piedra, y pensaba cómo haría para
encontrar a ese ser que había nacido allí. ¿Cómo lo encontraría? ¿Donde
buscarlo?
Una tarde, los túneles
lo llevaron tan abajo que el fuego de las entrañas podía sentirse fuerte y
creyó que la piel iba a incendiársele, y entonces apareció ante él.
Ahí estaba el Tío,
parado sobre sus dos patas de cabra, con su cuerpo semi-humano, semi-Dios, y
mirándolo con sus inmensos ojos de brasa encendida.
Basilio, no tuvo
miedo, lo miró a los ojos, como nunca imaginó que podría hacerlo, y quizás fue
eso lo que hizo que el Tío le preguntara qué quería, para qué lo estaba
buscando. El pequeño hombrecito no dudó, le dijo que quería vivir, y que
seguiría bajando todos los días, pero le pedía que a él no se lo tragara. El Tío se rió tan fuerte que la montaña
tembló; todos los hombres corrieron escapándose, pero Basilio se quedó inmóvil,
delante del Dios-demonio sin bajarle la mirada.
El Tío hizo la
propuesta.
Sabes que en Carnaval
es el único día que yo salgo de la mina y bailo con ustedes en el pueblo, por
eso ustedes no entran a la mina, así que la prueba que deberás pasar para no
morir aquí dentro y llevarte la piedra más brillante que encuentres, será la de
entrar ese día, sólo, sin mi ayuda, sin la compañía de nadie, ni dioses, ni
humanos.
Basilio respiró
profundo, eso era pedir demasiado.
Y el Tío volvió a
preguntar…
- Aceptas??
El
joven hombrecito, agachó la cabeza y dejó caer de sus labios un sí que retumbó
entre las piedras, como un terremoto silencioso; eso sí era valentía, pensó el
Tío, sin confesárselo.
Era
tal el tesón, las ganas de vivir, y la osadía de ese Basilio, que el mismito
Tío y sin intermediarios, se ocupó que llegada la gran fiesta de Carnaval, la
montaña durmiera serena.
La
emborrachó de sueños… de sueños, de que aún era la de los inicios, que no tenía
túneles, ni socavones, ni vetas que
explorar, porque toda la plata estaba dentro de ella, y así la montaña se meció
en su sueño y no escuchó los pequeños pies de Basilio, cuando ese febrero, se
internó en ella, la acarició con sus manitos a medida que entraba. Y la montaña
se sintió amada por un pequeño ángel… y
el Tío pensó que él también podía tener un ejército de ángeles diferentes… un ejército
de Basilios que por fin le ayudaran a entender a los adultos humanos, que la
tierra es del Dios Tío, del Dios del cielo, del que está en la cruz, del que
está en el agua… el que vive en el corazón de Basilio.
Y
Basilio sigue intentando sonreír, creyendo que el Tío Dios le dará un día la
vida que soñó.
m a r i a f e r n a n d a g u t
i e r r e z
Hace algún tiempo y luego de conocer la historia de Basilio, imaginé la historia de otros seres que pudieran vivir en las entrañas de la tierra o en los picos más altos de nuestra bella Cordillera. Más adelante, Colombia, México, Guatemala, Chile, me fueron contando tantas historias, que no pude evitar llegar a imaginar este mundo maki, que se cuenta a través de esta maravillosa historia, llena de magia, de rituales, de semillas, de flores, de vidas reales y las que pude evocar...
Las MAKIS, es un espectáculo de narración oral y teatro de objetos inspirado en esta mirada latinoamericana que se cuenta al silenciarse y observar rostros curtidos, pies descalzos, manos generosas, miradas serenas, palabras silentes...y poesía de las entrañas.


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